Friday, May 01, 2009

El que ríe de último

Pedro Rivero Mercado

En la entonces placida aldea asentada en la inmensidad de sus pampas y arrullada por los trinos de avecillas de colores mágicos, todo el mundo se conocía y desde luego, se trataba con intimidad francamente familiar o a lo sumo punto menos.

El caserío era chato, de paredes enjalbegadas y sustentado los techos que protegían a los viandantes de los rigores del sol y de la copiosa lluvia de temporada, se alineaban los horcones, casi todos de maderas duras e incorruptibles que brazados peones de campo labraban a pulso y con el hacha en los altos montes circundantes.

Prácticamente aislada debido a la falta de vías de comunicación, caminos en particular, los habitantes de la aldea en particular, los habitantes de la aldea vivían de espaldas a la política partidaza, que no era, por tanto, un factor de distanciamiento y menos todavía de enemistad. Cada cual hacia lo suyo dentro de un marco singular de respeto y de armonía plena. De conventual era calificado el estilo de vida de la aldea que los foráneos eran contados y los extraños difícilmente terminaban aquerenciándose o echando raíces dentro de sus linderos estrechos entonces. Orgullosos, dispuestos a mantenerse impermeables frente a las bajas pasiones que desencadena la política partidaria, los pobladores de la aldea eran celosos en la observancia de sus fastos tradicionales y en la reiteración de sus genuinos hábitos.

Por ese tiempo placido y auténticos discurrir aldeano hacia sus primeras armas de hombre en periodo de sazón un personaje al que llamaremos Luciano o que tal vez respondía realmente a este nombre. Pues, al mencionado Luciano había sido reprobado tres veces en el cuarto curso de la instrucción primaria, por el hecho incontrastable de ser extremadamente duro de la mollera. Sus padres porfiaron en mantenerlo matriculado en la principal escuela fiscal, mas todo fue en vano, Luciano llegaba con muy bajos promedios de aprovechamiento a los exámenes de fin de año y en esas pruebas decisivas naufragada indefectiblemente. Una cuarta vez, porfiaron con el alumno Luciano, pero el mismo se negó a volver a las aulas porque sentía vergüenza de saberse muy mayor de edad que sus nuevos y eventuales compañeros y porque los estudios ni a palos. Luciano pasó a engrosar esa especie de mozalbetes a los que, en tono de sorna y según la sabiduría popular, se los cataloga como “aplana calles”

Porque, aunque con intermitencias, alguna buena estrella lo iluminaba, Luciano no tuvo trabajillos que le permitieran ganar unos centavos por lo menos para satisfacer sus caprichos más acuciantes. Uno de esos trabajillos fue el de vendedor de objetos usados que le confiaban y cuya colocación le significaba pequeñas gratificaciones en moneda. Cierto día salio a ofrecer una escopeta que aunque vieja, decía a los posibles, interesados, es de buena marca y esta bien calibrada. Y esta escopeta, quiso saber uno de los interesados, ¿es de doblar?...

Luciano quedo sin habla pues no sabia nada de armas, pero logro reponerse de su sorpresa de manera definitiva: “Mire, yo se la vendo tiesa, si usted quiere ¡la dobla!...
Tal vez Luciano, el fracasado estudiante, no tenia pelo de tonto y su mucha perspicacia, picardía y originalidad en sus respuestas y en sus comentarios ocasionales. O a que podría atribuirse esta otra singular expresión suya, ¿a lo duro de su cabeza?

Se habla en general de las películas cinematográficas, en especial de las referidas al humor y más concretamente a las que protagonizaba el que fuera genial Mario Moreno, el Cantinflas mexicano. Pues todos alababan al celebrado cómico, y a su turno Luciano intercalo su juicio: “Yo en las películas de Cantinflas me siento siempre en la butaca del cinematógrafo porque es sabido que el que ríe ultimo… ¡ríe mejor!”

Luciano, ya entrado en años, se aficiono de la política partidaria y fue militante activo, audaz y hasta temerario. Le valió en la aldea ser postulado para una diputación. Y… ¡gano por apreciable margen!

Santa Cruz 20 de diciembre del 2008

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Thursday, October 16, 2008

EL DEBER se engalanó con la quinta novela de Rivero Mercado

Cristian Massud

Anoche fue imposible no dejarse atrapar por las encantadoras notas musicales que se desprendían del piano, tocado por Hugo Solares, en el salón Pedro y Rosa, que lució distinto y envolvió a sus visitantes en una magia literaria. Fue durante el acto de presentación de Retrato de un canalla, la nueva novela que Pedro Rivero Mercado, director de EL DEBER, acaba de lanzar mediante el sello editorial Alfaguara.
El salón fue decorado con flores, velas y motivos alusivos a la tapa del libro, tanto en el color como en las figuras, creando un ambiente propicio para la ocasión.
“Es un libro fruto de un gran esfuerzo, para ofrecer a su pueblo aquellas cosas que a él le salen del corazón”, dijo emocionada Rosa Jordán de Rivero, la esposa del escritor.
El evento reunió a personalidades del ámbito artístico y cultural de nuestro medio, como Nicolás Menacho, Róger Otero, Aldo Peña, Manfredo Kempff, Harold Olmos, Ismael Muñoz y Cecilia Kenning, que elogiaron al creador de la flamante obra literaria.
“Se trata de una obra que se deja leer, es ágil y atractiva a los ojos”, indicó Carola Ossio, gerente general de la editorial Santillana.
Mientras Ossio dio inicio al evento, el escritor Rúber Carvalho se encargó de presentar la obra, advirtiendo al público que no contaría la historia, porque eso le quitaría ‘la emoción de zambullirse en las letras’.
Rivero Mercado dio un saludo fraterno a sus invitados y brindó un ameno discurso. “Les pido la venia para que reciban mi libro y quiero decirles que tendré un retoño nuevo, que he nombrado Dos Mujeres”, anunció el autor.
La noche cerró con música contemporánea, de la mano del padre Juan, que deleitó en el momento del vino de honor. El libro ha sido editado por Alfaguara y distribuido por Santillana.

Las frases

«Tengo todas las obras de don Pedro, y ésta se ve muy interesante. Leerla será un placer»
Nicolás Menacho

«El lenguaje del libro fluye con una pizca de suspenso. Quiero saber quién es ese canalla»
Susana Seleme

«La narrativa de don Pedro posee un estilo propio. Espero que siga escribiendo más»
Róger Otero

«Es notable que don Pedro venga escribiendo de a una novela por año»
Manfredo Kempff

Fuente original

Wednesday, October 15, 2008

Rivero invita a disfrutar de su flamante novela

Cita. El director de esta casa periodística, Pedro Rivero Mercado, presentará en Santa Cruz su obra Retrato de un canalla, hoy en EL DEBER, desde las 20:00. Es una apuesta por la literatura nacional


Cristian Massud

Alos manotazos y estrujando entre sus dedos pulgar e índice las alimañas hediondas cebadas en su sangre joven y caliente, se le fue la noche sin vueltas”... Es lo que reza un párrafo en el inicio de Retrato de un canalla, la quinta novela de Pedro Rivero Mercado, que se presentará hoy en el salón Pedro y Rosa (20:00).
La novela se lanzará oficialmente en Santa Cruz, pues ya se dio a conocer en el marco de la Feria del Libro de La Paz, en agosto pasado. Allí, la obra recibió elogios de distintas personalidades, como Mariano Baptista Gumucio, Luis Ramiro Beltrán y Carola Ossio, gerente general del grupo Santillana.
Todos ellos afirmaron que la obra demuestra una vez más la fluidez del autor para contar una historia y la experiencia que posee para encantar al lector con sus letras. “Este libro es cautivante por la forma en cómo describe la propia vivencia del autor”, indicó Ossio.
Retrato de un canalla narra la historia de Ronaldo Horne, un joven machista y, por lo tanto, ‘un canalla con todas las letras’. Toda su vida está plagada de traiciones amorosas, de malas jugadas y de comportamientos siniestros.
Las 178 páginas de este libro invitan al lector a que no sólo conozca la vida de Ronaldo, el personaje que detalla el autor, sino que también tenga un encuentro con la parte más oscura de la humanidad, comprobando que ‘los canallas existen y que como existen es mejor estar lejos de ellos’.
La editorial Santillana se ha encargado de la distribución de ejemplares en distintas ciudades del país.
El costo de la obra es de Bs 60 y se la vende en librerías como Lewylibros (calle Junín Nº 229) y Cunumi Letrao (calle Beni Nº 78), mientras que en La Paz se ofrece en Martínez Achini, Plural Editores y Los Amigos del Libro. En Cochabamba está disponible en las librerías Libro 1.000 y en Entrelibros.

Sobre el autor

- Su vida. Pedro Rivero Mercado es abogado, periodista y escritor. Ejerce desde hace más de medio siglo como director del diario EL DEBER. Nació en Santa Cruz el 19 de octubre de 1931.

- Su obra poética. Las tres perfectas solteras (1987), Pataperreando (1988), Por hacer macanas (1991), Más allá del fin de los siglos (1995) y Las palomas contra las escopetas (1998).

- Su obra narrativa. Los gorriones del barrio (1999), Que Dios lo tenga donde no estorbe (2003), Empate a tres (2005) y El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Guardia (2007).

- Su última novela. Retrato de un canalla fue editada por Alfaguara, consta de 178 páginas y es distribuida en el país por Santillana. Se vende en La Paz, Cochabamba, Chuquisaca, Santa Cruz, Tarija y Oruro.

- Detalles. Rivero Mercado ha ejercido la función diplomática como embajador de Bolivia en Francia. También es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua y de otras instituciones sociales y filantrópicas nacionales e internacionales.

Fuente: El deber

Tuesday, December 25, 2007

LAS FLORES DEL MILAGRO

Pedro Rivero Mercado

La casita era pequeña. Lucia como acurrucada a la sombra del templo. Del viejo templo gris del musgo de los años y de los vientos.
Pero cuanto calor vivificante el que guardaban sus altas paredes.
Cuanta perfumada calor vivificante en que guardaban sus altas paredes.
Cuanta perfumada frescura, a la vez, la que esparcían sus dos limoneros en flor.
Déjenme que hable un poquito de ese refugio de amor.
No había cumplido mis doce años cuando llegué para zambullirme en sus plácidos y singulares encantos.
Y tan distinto me sentí de solo trasponer sus umbrales, que en ese zambullón entorno el comienzo real de mi vida.
Un escenario de cuatro cuartos altos y viejos. Y el alar mas alto aun, que dejaba ver un pedazo siempre azul de cielo, por el que espiaban los luceros.
Un cantero estrecho que escondía su rustica textura con manojos exquisitos de flores.
Las flores que mi hermosa madre cultivaba mientras desgranaba sentidas canciones de su tiempo con su maravillosa voz de soprano.
Voz, la suya, de la que se hacían eco tordos de reluciente plumaje negro azabache, de los que cuidaba con devociones inauditas.
Ya sabia porque las flores de los canteros adquirían tan fascinantes colores y tan delicadas fragancias y tersuras.
Ponía, mama florista, alma, vida y corazón en su cuidado.
Conversaba con ellas levantándoles el animo para que unas superasen a las otras y para que las otras renovasen sus galas.
De capullo en capullo de hada avivando sus colores.
Devolviendo lozanía a los pétalos.
Colmando las ánforas de sus perfumes.
Afirmando los brotes recientes.
Y en cada caso sin dejar de hablarles con mas que encendido amor.
En todo el barrio y en otros mas lejanos, nadie lograba flores como los que se daban en los canteros de mi madre.
-¡Que les echas?-, le preguntaban intrigadas.
-¡Agua que cae del cielo y amor!-, era su respuesta breve que escuchaban con escepticismo.
Dios se la llevo a su lado. Dios la recogió para iniciarla en el goce de su reino.
Seguro de que le gustaría, me empeñe en tener su tumba llena de flores.
Y me llego la certeza de no haberme equivocado en absoluto.
Las flores que reemplazaba sobre sus despojos mostraban su huella.
Se conservaban siempre frescas.
No permitían fragancia.
Reavivando sus colores.
Igual que cuando escuchaban su charla plena de amor.
Exactamente como se daba en los lindos tiempos de antes.
Sus manos y su voz, lo pienso así, sobrevivirían a la eternidad.

Diario Mayor El Deber - 24/12/2007

Thursday, December 20, 2007

Pedro Rivero Mercado / Periodista y escritor «Soy un comunicador nato»

El director de EL DEBER será incorporado el próximo 27 de enero como Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua. Para la ocasión, preparó un ensayo titulado La literatura picaresca a través de los escritores cruceños. El humor y el ingenio, destacan en su tratado.

Pedro Rivero Mercado cree que sólo el trabajo incansable lo hará merecedor de formar parte de una institución como la Academia Boliviana de la Lengua. El próximo jueves 27, el director del Diario Mayor EL DEBER será anotado como Miembro de Número de la entidad y para ingresar, ha preparado un tratado sobre las letras con humor. La literatura picaresca a través de los escritores cruceños es el título del ensayo de Rivero Mercado. En él, el periodista y escritor rescata ese tipo de escritura popular, de uso diario y cargada de modismos que ha pasado la tradición oral para convertirse en género literario.


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Sunday, March 19, 2006

TE AYUDARÉ MIGUEL

Aunque por el paso del tiempo ya se me hace difícil precisar los nombres y los lugares, he de tratar de dar una idea de lo que fueron apuntando sus características que, estas si, permanecen casi indelebles en mi frágil memoria, por lo mucho que me fue concedido en cuanto al disfrute de ellas.

Era, en primer termino, un maravilloso paraje que se extendía sobre una leve y muy verde colina sembrada al boleo de frondosos y centenarios árboles. Un rió de mansas y casi cristalinas aguas marcaba el comienzo del bello paraje. El rió discurría formando musicales mansos. Las playas eran de arenas muy blancas y por ellas correteaban libres de temores aves zancudas y palmípedas y vistosos y embriagadores plumajes. Aromas de naranjales en flor arrastraban las refrescantes brisas del anochecer.

En la enramada umbría de los centenarios árboles se daban cita para resolver un fabuloso certamen de gorjeos las aves inquietas y asustadizas. La cacofonía que parecía descolgarse de entre el follaje endulzaba el estado de ánimo e inundaba de melodías los corazones. El solo detenerse para apreciar los arrullos musicales de los pajarillos nos reconciliaba con las gloriosas maravillas de la creación universal.

Esas tierras eran aptas para todo. Alguna vez quisimos hacernos un cuadro de las posibilidades de aquella tierra y lanzamos al desgaire la pregunta a un viejo labriego que fumaba su tabaco fuerte envuelto en la chala bruñida del maíz. –Pues, mire joven, nos dijo el labriego sin perder la calma monástica, en estas tierras, lo único que no se da es lo que no se siembra-. Y tuvimos la ocasión de probarlo años después, personalmente.

Pero colindando con este endémico paraje y sin un hito geográfico visible, se extendía una especie de lengua de tierra árida, cuyo propietario vivía miserablemente observando con malos ojos, con unos ojos de envidia, el paraje fecundo de su vecino. El aludido propietario no se cansaba de repetir que su tierra era mala, es –afirmaba-, un viejo cauce del rió en que resulta en vano sembrar porque solo tempestades seria posible cosechar.

Y en verdad, el infortunado propietario tenía razón. Sin embargo, sus razones llegaban hasta cierto punto pues si bien era verdad que la mayor parte de sus tierras era estéril, no se podía ocultar la existencia de una franja lo suficientemente extensa de tierra promisoria que se mantenía oculta cubierta de malezas y de árboles espinosos que no era trabajada bajo el conocido pretexto de que todo el predio estaba agotado, era árido y sin remedio.

La historia era la misma, lleno de bendiciones traducidas en buenos y dorados frutos el primer propietario. Abrumado bajo el peso de la envidia y maldiciendo enfurecido su mala suerte el segundo. Sus amarguras sufrieron de tono cuando, convencido de que todo seria como arar en el mar, decidió vender su tierra y nunca tuvo a su alcance un comprador seriamente interesado en cerrar un trato que le conviniese.

Se habían sucedido los tiempos de cosecha y mientras el primero de los propietarios, al que vamos a llamar Leoncio, como era de prever, recogía los mas óptimos frutos, el segundo, que identificaremos como miguel, o no cosechaba nada o en mejor de los casos, muy poco y de calidad menos que dudosa. Leoncio obtenía utilidades significativas de sus tierras trabajadas con esmero y ampliaba cultivo y mejoraba las condiciones de la vida de sus mozos. Miguel no conseguía salir del peso y los ocho reales y, peor que eso, su situación económica andaba lo que en buen romance se dice, por los suelos.

Había llegado el tiempo de recoger los frutos del cafeto. Y tal como venia ocurriendo desde siempre, a Leoncio se le dieron grandes, rojos encendidos, sin manchas, los frutos de café. Todo un alarde de la buena tierra. Todo un excelente resultado del trabajo a conciencia. Miguel, de igual manera, vio brotar los granos de su cafetal, pero comparados con los de su vecino hasta ser causa de un llanto de dolor de impotencia. Sus granos eran pequeños y raquíticos, la cáscara apagada y con manchas causadas por el mal manejo de la plantación. El doble y hasta el triple de lo que Miguel recogía, lograba cosechar el diligente y empeñoso Leoncio.

Leoncio, aunque nada tenia de buen observador y, por lo demás, creía en la honestidad y honradez del prójimo al que siempre se dirigía con máximo respeto, empezó a notar que los frutos de café que el día anterior calculado para llenar, de una sola planta, mas de un almud, de apenas si cubrían la mitad de la medida prevista la víspera. -¿Qué estará pasando?, se preguntaba intrigado Leoncio, cuando con su propio almud empezaba a recoger el café en volumen muy inferior al de sus expectativas.

Repetida tres días consecutivos la notable variación en los cálculos, Leoncio se decidió a investigar el caso para establecer que era, en realidad lo que sucedía en sus cafetales. Estuvo al pie de las plantas a diversas horas del día y al comprobar que nada extraño sucedía, decidió apostarse en mitad del cafetal a partir de la hora en que caía la noche y dispuesto a aguantar a pie firme hasta el amanecer.

Nada tampoco ocurrió en las primeras dos noches de vigilia y ya estaba Leoncio dispuesto a poner termino a su pesquisa suponiendo entre risas apretadas que empezaba a ver visiones con sus ojos cansados, cuando determino efectuar la ultima vigilancia nocturna.

Con el sigilo que estimo menester y dispuesto a no pegar ojo en ningún momento, Leoncio se constituyo en el cafetal, medio se mimetizo entre unas entupidas plantas y evitando al máximo hacer ruidos delatadores, abrió grandemente los ojos y aguzo al máximo los oídos.

Lo estaba venciendo finalmente el sueño adormecido en medio del viento fresco del amanecer. De pronto. Mas por instinto que por haber sentido realmente algo, paro la oreja y aclaro la vista. Alguien se aproximaba abriéndose paso entre la maleza, no podía estar equivocado. No se detuvo el intruso hasta quedar casi de espaldas con Leoncio. De entre la camisa, con sumo cuidado, extrajo una bolsa de cotense y empezó a llenarla con los hermosos granos de café que le quedaban mas al alcance. Leoncio miraba detenidamente y ninguna duda le quedaba. El intruso, que cosechaba para sí mismo el café, no era otro que su desafortunado vecino miguel.

Empezaba a aclarar un nuevo día. Algo así como la cuarta parte de la bolsa de cotense que utilizaba Miguel ya estaba llena. Entonces Leoncio salio de su escondite y no hubo ninguna dificultad al ser reconocido por el sorprendido y tembloroso vecino...
-¡Hola!-, saludo Leoncio, ¿Te puedo Ayudar Miguel?

Saturday, September 24, 2005

MASCOTA 'ESPECIAL' DE CONDOMINIO. LA VIBORA

Lo que van a leer a continuación es completamente cierto. Lo juro por un rollo de cruces. Creo que desde siempre tuve un miedo cerval a las víboras y no es de extrañar que mi señora, por el sólo hecho de ser mujer, participara de este miedo atroz. Víboras, para mí, lo son todos los bichos que reptan. Y no me cabe en la mollera que haya diferencias entre víboras venenosas, que matan, culebras que sólo hacen cosquillas, e incluso cutuchis, que dizque son ciegos y totalmente inofensivos. Para colmo en proceso de extinción.

La cuestión es que todo lo que repta me produce pavor. Seguramente pertenezco a esa clase de cristianos que todavía no perdonan a la serpiente del Edén que hizo caer en el pecado original, con muy malas artes, a nuestro padre Adán.

Lo dicho hasta aquí, para tomar en cuenta a guisa de antecedente del episodio del que junto con mi señora, fui protagonista.

Un poco en uso de mis vacaciones y otro poco en procura de auxilio médico especializado para atender a una vieja enfermedad de mis ojos cansados, viajo regularmente a Miami, la bella, cálida y más latina ciudad balnearia de los Estados Unidos de América. Allí me instalo, juntamente con mi señora, en un noveno piso de un condominio que da de pleno a las magníficas playas del Atlántico. Todas las estancias que han transcurrido en el siempre soleado Miami, han sido magníficas, espectaculares, diría yo, muy de mi gusto en todo caso. Tan bien ubicado el condominio en que me alojo que las necesidades de subsistencia me quedan muy a la mano, con una Iglesia católica próxima, un supermercado idem, una farmacia que abre las 24 horas del día y restaurantes que ofrecen excelentes platos a precios razonables, algunos de ellos abiertos, asimismo, todo el día y toda la noche, como diríamos nosotros, "hasta que las velas no arden".

Nunca se dio en el condominio la mínima alteración del orden. Impecablemente limpio, con excelente y cordial vigilancia de uniformados, incluidos para el placer de los vivientes, gimnasio, piscina y sauna, más en grande imposible pasarlo. Si se añade que, en calidad de ilustre desconocido, uno viste como le da su real gana, poleras con muñequitas y palmeras, pantaloncillos cortos, gorras o sombreros nuevaoleros, sin exageración tiene que decirse que por esas latitudes está el reino de Jauja.

Disfrutaba pues de todo lo gratificante de ese ambiente con una copa de excelente vino tinto californiano entre las manos. Seguía un programa de televisión, uno de los cinco o seis que se difunden en idioma español. En tanto gozaba arrellanado en mi sillón preferido, mi señora, siempre buscando qué hacer, iba de un lado a otro mientras entonaba con su voz fresca, esa canción que interpreta Isabel Pantoja, si no estoy equivocado, y que está dirigida a un "Marinero de luces...".

Es entonces que se inclina delante mío como para levantar alguna cosa que ha caído al piso. Mas, de pronto, queda como petrificada mirando aquella cosa que se proponía levantar. Miro yo también lo que había llamado la atención de ella y casi al unísono, los dos gritamos en tono desgarrador: ¡Dios santo, una víiiibora!... Y como para que no nos quedase duda alguna, la víbora empezó a arrastrarse.

De imaginar que en un departamento pequeño, de una ciudad cosmopolita y moderna, no hubiese ni un garrote ni un palo ni un ladrillo con qué hacer frente a una víbora en el noveno piso de un condominio. Así lo entendimos mi señora y yo que luego de dar un par de vueltas al cuarto, ambos temblequeantes, optamos por dejar al reptil encerrado bajo llave, mientras pedíamos auxilio en la planta baja del edificio, donde a toda hora del día y de la noche había gente de vigilancia.

En tanto bajábamos por el ascensor me puse a pensar en cómo la víbora pudo llegar hasta un noveno piso. Lo único que se me ocurrió fue atribuir el hecho a algún neurótico, de los que de tanto en tanto aparecen en Gringolandia con un fusil disparando desde una azotea a los transeúntes que circulan por la calle. Mentalmente me declaré víctima de uno de estos neuróticos que había escogido la variante, en vez de empezar a los tiros, de meter víboras en los cuartos de gentes que les temen hasta a los sabayones.

Cuando temblorosos hicimos la denuncia sobre la presencia de una víbora en nuestra sala, ante el encargado aquella noche de la vigilancia, éste rió con indisimuladas ganas. -¡Oiga, lo interpelé yo, esto no es para reír, hay una víbora en mi cuarto del noveno piso.

-¡Ya lo sé!, aceptó tranquila y fríamente el funcionario. En seguida explicó que la víbora, -bendito cuento-, no era venenosa, y que constituía propiedad de un vecino de en frente. Es la mascota preferida de su vecino, aclaró el uniformado encargado de la seguridad.

Protesté, dejé constancia expresa de mi queja, afirmé que no era posible que alguien conviviera con un reptil que podía ser mortífero, y que de esta forma pusiera en peligro la vida de los vecinos. El guardia peló una cartilla y me la alcanzó para que la leyera. En dicho documento estaban citadas las especies que podían tomarse como mascotas y entre éstas figuraban... ¡Las víboras!

Me tragué mis protestas y mis reclamos y con mi señora volví a mi aposento. A la puerta nos esperaba, alertada por el encargado, la señora del ciudadanos vecino, dueño legítimo e indiscutible del reptil. Ella tomó por la cabeza a la víbora y ésta se puso cómoda enroscándose en su brazo. Allí terminó el episodio. La víbora había escapado de la caja en que la conservaba su dueño y salió a darse un baño de popularidad que realmente logró.
-¡Me las pagarán!, me dije riendo mefistofélicamente, y decidido a aparecer el año próximo en el condominio de Miami llevando como mascota a un caimán joven o cuando menos a una carachupa.